LIBERTAD Y AUTORIDADINUTILIDAD DE LAS LEYESQuien dice ley, dice limitación; quien dice limitación, dice falta de libertad. Esto es axiomático. Los que fían a la reforma de las leyes el mejoramiento de la vida y pretenden por ese medio un aumento de libertad, carecen de lógica o mienten lo que no creen. Porque una ley nueva destruye otra ley veja. Destruye, pues, unos límites viejos, pero crea otros límites nuevos. Y así, las leyes son siempre traba al libre desenvolvimiento de las actividades, de las ideas y de los sentimientos humanos. Es, por tanto, un error, tan generalizado como se quiera, pero error al fin, la creencia de que la ley es la garantía de la libertad. No, es y será siempre su limitación, que es como decir su negación. («ACCION LIBERTARIA», núm. 5. Gijón, octubre 1910.) * * * «Puede ser -se nos dice - que la ley no pueda dar facultad a quien no posee ninguna; es posible también que obstaculice en lugar de facilitar las relaciones humanas; será, si se quiere, una limitación de la libertad individual y colectiva; pero es innegable que sólo mediante buenas leyes se llega a impedir que los malvados ofendan y pisoteen a los buenos y que los fuertes abusen de los débiles. La libertad, sin leyes que la regulen, degenera en libertinaje. La ley es la garantía de la libertad.» Con este común razonamiento nos responden todos aquellos que en la ley confían la solución del problema del bien y del mal, sin fijarse en que, con semejante modo de razonar, en lugar de justificar las leyes dan, al contrario, mayor fuerza a nuestras opiniones antilegalistas. ¿Acaso es posible que los débiles impongan la ley a los fuertes? Y si no son los débiles, sino los fuertes, los que están en condiciones de imponer la ley, ¿no se da en tal caso un arma más a los fuertes contra los débiles? Se habla de buenos y malos; pero por ventura, ¿hay dos especies de hombres sobre la tierra? ¿Hay alguno en el mundo que no haya cometido nunca una mala acción o alguno que no haya hecho una acción buena? ¿Quién estará entonces en condiciones de poder afirmar: éstos son los buenos; aquéllos los malos? ¿Otros hombres? ¿Quién nos garantizará la bondad de esos hombres que están en tales condiciones? ¿Daremos la preferencia a los inteligentes sobre los ignorantes? ¿Acaso la maldad no está generalmente en proporción con la inteligencia? Y de este modo, ¿no abusarán los inteligentes doblemente de los ignorantes? Y si acordamos la confección de las leyes a los ignorantes, ¿qué especie de leyes no saldrán de sus manos? Encargad que las leyes las hagan los ingenuos y serán burladas por los astutos; estableced que las hagan los astutos y entonces serán mal intencionadas y en perjuicio de los justos. El problema es siempre el mismo. ¿Son malos los hombres? ¿Sí? Entonces no pueden hacer las leyes. ¿Son buenos? Entonces ninguna necesidad tienen de ellas. («ACCION LIBERTARIA», núm. 11. Madrid, 1 agosto 1913.) PSICOLOGIA DE LA AUTORIDADPodría hacerse en dos plumazos. Ayer mismo dos guardias presenciaron impasibles, en una plaza de Madrid, cómo se ahogaba un niño en una jofaina de agua. Luego dos agentes de policía, en la misma capital, separaban cruelmente a una pobre madre de sus dos hijos enfermos de difteria, para conducirlos a la Comisaría por pleito de unas ropas que valdrían tres o cuatro pesetas. La reclamación era de los honrados papás de una criatura a quien había criado la buena mujer. El inspector de guardia, compadecido, la envió al Juzgado. Eran las dos de la madrugada. Por fin hubo un hombre, el juez, que la dejó en libertad y la socorrió. Nadie habrá olvidado el cruel suplicio de aquel hombre moribundo a quien pasearon por Madrid durante una noche entera, sin que las puertas de un hospital o de un asilo se abrieran para él. Podríamos multiplicar estos hechos hasta el infinito. No son un accidente o una excepción. Son la regla general y constante, como se derivan de la naturaleza misma de la autoridad. No son tampoco cosa exclusiva de España. Son de todas las latitudes. En estos últimos días, el ministro de Justicia, de Inglaterra, Mr. Churchill, ha decretado la libertad de un individuo condenado a trece años de presidio por robo de dos pesetas y media. «El total de su pena se eleva a cincuenta y un años de prisión por sucesos pequeños y robos insignificantes. Su conducta en la cárcel ha sido irreprochable, y el infeliz tiene ahora 68 años. “Al recobrar la libertad, en la que ya no creía, empezó a llorar y dijo que tantas veces como había delinquido lo hizo por necesidad y no por malos instintos.» Todo eso no lo decimos nosotros; lo dice la prensa rotativa y burguesa. Y nótese que lo excepcional en las dos relaciones es la conducta del juez y el acuerdo del ministro de Justicia. Como ejemplo, lo citan algunos periódicos. Luego lo firme, lo sustancial, es la iniquidad autoritaria, la fría indiferencia y la despiadada crueldad. El hombre, en cuanto a &autoridad, ya no es hombre, queda por debajo del hombre. Su ética no tiene entrañas; es ética de bestias. Su oficio es un oficio de verdugos. El dolor ajeno no roza su dura epidermis. Su placer es el mal. La función hace al órgano. Y así la función autoritaria ha creado el órgano autoridad, cuya psicología carece de rasgos humanos y se confunde con la de las alimañas. Hombres ayer bondadosos, rectos en su conducta, abnegados con sus semejantes, se tornan hoy, ya investidos de autoridad, inhumanos, crueles, duros de corazón, más duros aún de intelecto. Una ordenanza, una disciplina, una, legislación cualquiera ahoga en ellos prontamente toda nobleza de sentimientos y de pensamientos. El frío cálculo invade sus sentidos. La noción del castigo, de la represión, de la pena, domina de absoluto su alma plena de instintos malvados. Para la autoridad, todo hombre es un delincuente, mientras no demuestre lo contrario. Y así se hace soez, grosera, brutal. Ya no es la función autoritaria elemento regulador de la vida común, balanza justiciera que a cada cual da lo suyo, servidora sumisa de los intereses generales. Es la fuerza prepotente, dueña de todo, superior a todo, por encima de todo. Se la quiere imparcial, y su imparcialidad la pone fuera de toda humanidad. ¿Cómo podría serlo si tuviera alma humana, corazón y cabeza de hombre? Se la quiere recta, y su rectitud la coloca fuera de toda sensibilidad. Indiferente al dolor, suspicaz con el placer, va a su fin arrollando toda supervivencia piadosa, de amor, de compasión. Se la quiere justiciera, su justicia condena a presidio por toda una vida al que hurtó por hambre o cuelga de un palo al que mató por arrebato, por malvada educación social, por locura ingénita. La psicología de la autoridad está precisamente en eso, en ser imparcial a costa de la humanidad, en ser recta a costa de todo sentimiento, en ser justa a costa de la libertad y de la vida de los hombres. No podría ser de otro modo. La piedra berroqueña, el acero, el diamante, no son más duros que su dura alma. Su cerebro es un puro mecanismo de cálculo. La lógica de los hombres no reza con ella. Está fuera de la razón y de la humanidad. Está fuera del concierto universal de la vida. Está fuera de la Naturaleza. La autoridad es un abismo que excede los límites de la inteligencia humana. Su psiquis no es la psiquis del hombre aunque el hombre la engendró. Acaso no tiene alma, y si la tiene es alma contrahecha y monstruosa que surgió de lo ignorado y se ejercita en el mal y por el mal dura y perdura. Por el bien de la humanidad, será menester aplastar al monstruo. (“ACCION LIBERTARIA”, núm. 16. Gijón, marzo 1911.) LIBERTARIOS Y AUTORITARIOSBajo estas dos denominaciones puede realmente compendiarse toda la gama política y social. Cualesquiera que sean los distingos de escuela, imposible de quedar fuera de esos dos modos de opinión. Donde no se dan como programa o como fe, se dan como tendencia. De tendencia libertaria son todas las escuelas y partidos que afirman en más o en menos la autonomía, o si se quiere la independencia personal. Son realmente libertarios cuantos proclaman en redondo que fuera de la libertad total del pensamiento y de hecho no hay más que privilegio y opresión. De tendencia autoritaria son todas las escuelas y partidos que en más o en menos proclaman la subordinación del individuo a la sociedad o al Estado. Son realmente autoritarios cuantos en firme sostienen que fuera de la prepotencia del Estado o de la sociedad no hay más que libertinaje y desorden. No entra en el razonamiento de los unos la concepción del todo sobreponiéndose a las partes; no entra en el de los otros el concepto de las partes actuando con independencia del todo. Para los primeros es el grupo, la sociedad, el Estado, la única realidad viviente; para los segundos lo es el individuo. ¿Es la sociedad algo preexistente o es sólo un resultado? Los autoritarios estarán por el primero de estos términos; los libertarios por el segundo. Adóbese como se quiera la teoría, es lo cierto que desde el absolutista a rajatabla hasta el socialista que confía a la sociedad el gobierno del trabajo y de la distribución, no hay más que una escala, de modalidades autoritarias. El individuo, en estos dos sistemas extremos y en los intermedios, queda desconocido subordinado, anulado. En un simple engranaje o un cero a la izquierda. Tanto monta. Todo se reduce a una transferencia de dominio. Se es súbdito del rey, ciudadano de la república, subordinado de la santa igualdad social. Liberados de la voluntad del soberano único, pasamos al soberano gobierno de las mayorías: la democracia es la ficción moderna de la libertad. Liberados de la soberanía del número, caeremos tal vez bajo la soberanía del Estado productor, regido y gobernado por los grupos regimentados del trabajo: el socialismo es la ficción próxima que promete todas las liberaciones. De todos modos, la falange humana es ejército, es rebaño, mesnada, de esclavos, turba de votantes, recua de trabajadores. Es el patrimonio hereditario afirmado y reafirmado por los hábitos y por las enseñanzas actuales. Cualquier concepción ideal que se sirva de estos materiales puede abrirse paso inmediatamente, tanto en la muchedumbre de gentes cultas como entre la muchedumbre de imbéciles que forman las sociedades civilizadas. Al achicamiento individual y voluntario, corresponde la creciente exaltación del Estado, o de la. sociedad o del grupo, cualquiera que sea. De rodillas ante estas grandes y magníficas entidades, nos consideramos felices. ¡Ay del que osa levantar la voz, empinándose para destacar su raquítica individualidad! Toda tendencia libertaria es pecaminosa, es desatinada, es vesánica. Levantar sobre la concepción del individuo autónomo el edificio de una idealidad cualquiera, es como erigirlo sobre movediza arena. Contra todo y contra todos chocará la pretensión de que el hombre se valga a sí mismo. No vale que os quedéis en la afirmación de un cobarde federalismo; no sirve que pongáis sordina a vuestras demandas de independencia. Tanto importa que resueltamente lancéis el reto del individuo libre en la sociedad de los iguales. Por anarquistas y como anarquistas seréis acorralados, escarnecidos, vilipendiados. La taifa necia de cretinos que dirige el mundo y la necia taifa de eunucos que obedece humilde, os lanzarán por igual y a borbotones los espumarajos de su rabia y de su cólera. Están los unos bien, mandando; están los otros bien obedeciendo. ¿A qué título querréis redimirlos o que se rediman? Diríase que el autoritarismo ha cristalizado en el entendimiento humano, porque tan difícil es llevar a sus dominios un rayo de luz, de dignidad y de independencia, de valor personal. Y sin embargo, es el individuo la raíz de todo: trabajo, cambio, consumo; arte, filosofía, ciencia. Del individuo brota, como de manantial inagotable, toda la vida social. Del individuo se deriva, como de una fuerza inicial, y única, cuanto de maravilloso registra la historia humana, cuanto de sabio y de prudente encierran las instituciones sociales, cuanto de bello y noble y grande constituye el orgullo de los hombres. Borrad el individuo y no quedará nada. Como la roca de los siglos, el autoritarismo desafía todos los rigores. La. roca se horada, se desmenuza, se hace polvo. Unos cuantos minutos, y la roca de los siglos llena el espacio de innumerables fragmentos. El disolvente del autoritarismo es la rebeldía individual. De la rebeldía individual surge la subversión colectiva. La roca de los siglos lanza al espacio sus incontables fragmentos. Perdura el autoritarismo. Pugna la libertad por abrirse paso a través de todas las resistencias. Sin igualdad de condiciones, la libertad es un mito. Sólo entre iguales es posible la justicia. El libertario quiere la libertad total, la igualdad total, la justicia total. El autoritarismo, pese a los siglos, perecerá. (“EL LIBERTARIO”, núm. 2. Gijón, 17 agosto 1912.) LA ESENCIA DEL PODER
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