TÁCTICA


LABOR FECUNDA


Aunque en los últimos tiempos háse iniciado entre los anarquistas una corriente de opinión favorable a las organizaciones corporativas, discútese todavía con cierto calor sobre la conveniencia de esta nueva táctica, y algunos dudan de la consecuencia entre nuestros principios y la intervención en las luchas obreras, propiamente dichas.

Muchos de los convencidos por la necesidad de intervenir en las organizaciones gremiales, llevados tal vez por un exceso de puritanismo, no se pronuncian por la intervención sino con grandes reservas.

Parécenos que en el estado actual de cosas tales vacilaciones son perjudiciales a la propaganda.

De todas las actitudes, la de la vacilación es la más funesta. Las ideas requieren acción resuelta y constante. No basta decir que es necesario que nosotros vayamos a los trabajadores ya que ellos no vienen a nosotros, y agregar que es conveniente ayudarlos en sus luchas con el capitalismo, para poner luego mil reparos a la acción libre de cada uno de nosotros. Ninguno ignora que las sociedades corporativas son colectividades cuya finalidad se reduce a obtener mejoras de momento y reformas pronto o tarde estériles. Puede descartarse este aspecto de la cuestión, puesto que si tales razones tuvieran valimento para renunciar a nuestra intervención en dichas sociedades, habría que reconocer igualmente la necesidad de renunciar también a otros medios de propaganda y de lucha, como la prensa y las reuniones públicas, que nos obligan a transigir de momento, pero continuamente, con las imposiciones de la legalidad y del medio ambiente.

Nuestras ideas lo son de emancipación general; lo son inmediatamente de emancipación obrera. Aun sin hacer política de clase, si se permite la expresión, nuestros ideales, nuestra conducta, refluyen en primer término sobre la clase trabajadora hasta el punto de que se puede afirmar de la anarquía, como del socialismo, que es un ideal obrero, siquiera todos los hombres de buena voluntad puedan sumarse en la defensa de nuestras comunes aspiraciones.

¿Dónde hallaremos, pues, ambiente adecuado para nuestra propaganda?

Dícese que el propósito de mejorar las condiciones del trabajador y de obtener pequeñas reformas es contrario a nuestras ideas. Sin duda ninguna. Mas por esto mismo es al seno de los gremios a donde debemos llevar nuestras razones favorables a una acción más amplia de emancipación total; es en el seno de las agrupaciones obreras donde deberemos actuar nuestros principios todo lo posible; es en el seno de las sociedades corporativas donde la influencia de nuestra lógica ha de dejarse sentir si queremos que el pueblo llegue a conocer nuestras ideas y nuestra táctica.

Y aun sin desconocer las dificultades de esta intervención, dado nuestras opiniones contrarias a las ideas predominantes en la mayoría de las asociaciones obreras, diremos que las mismas luchas de carácter económico, las huelgas por el aumento de jornal o disminución de horas de trabajo, tienen con relación al anarquismo un significado de la mayor importancia. Ellas ponen al obrero frente a frente del capitalista, y la tradicional sumisión se trueca en rebeldía, inconsciente primero, mas a la larga consciente y duradera. Ellas dan carácter de enemiga irreconciliable a las contiendas, ya habituales, entre ambas clases, explotada y explotadora. Ellas han convertido a dos categorías sociales de hombres en dos ejércitos beligerantes que no abandonarán el campo de batalla si no es con el vencimiento definitivo de una de ellas.

No cabe negar que la conducta actual del proletariado difiere grandemente de la de hace algunos años. Hoy se lanzan, los trabajadores con el menor motivo a huelgas formidables que ponen en grave aprieto al capitalismo, no por lo que afecta a los intereses, sino precisamente por el estado moral que revela en los obreros, por las exigencias de éstos que exasperan a aquéllos, acostumbrados como estaban a la sumisión del pueblo. De hecho el proletariado Se halla en una actitud de constante rebeldía. Pues este estado de cosas se debe, tanto más que a la propaganda socialista, al espíritu de asociación y de lucha despierto siempre en las sociedades de oficio; se debe al movimiento corporativo, que nace sin finalidad a veces, se desarrolla satisfecho con las migajas que conquista, pero al cabo, por la fuerza de los sucesos, se encuentra revolucionario y en condiciones de prescindir de las pequeñas reformas y de las aparentes mejoras.

¿Y no significa nada para los anarquistas esta derivación de las luchas económicas?

Supónese que el ingreso en una sociedad de oficio implica la aceptación de sus limitadas aspiraciones, y se sostiene también que los anarquistas olvidan dentro de estas sociedades su aspiración final por las cosas fútiles y de momento. Y sin embargo, si una huelga surge, ¿qué hará el obrero anarquista? Pues luchar con sus compañeros, si no quiere hacer la causa del capitalismo. Antes que cruzarse de brazos, deberá impulsar la lucha procurando que tome aspectos revolucionarios. Porque entre nuestra pasividad y la diligencia de los políticos y de los jefes del socialismo, es lo cierto que el movimiento obrero se convierte en monopolio provechoso de los ambiciosos y de los reaccionarios.

¿No tenemos un trabajo educador a realizar en medio de las masas obreras? Labor fecunda sería para los ideales del porvenir, para la emancipación integral de la humanidad, la transformación de esas sociedades reglamentadas y gobernadas por los superhombres de la política profesional, socialista inclusive, en sociedades de luchadores conscientes. Labor fecunda sería acomodar lentamente, por la persuasión, por el ejemplo y por la experiencia, a los hábitos de la libertad, los millares de obreros que, sintiéndose rebeldes, no aciertan a sacudirse la tutela de los reglamentos y de los comités. Labor fecunda sería llevar al seno de las sociedades corporativas un creciente espíritu de rebeldía, de independencia, de emancipación. ¿Y se ha hecho esto?

Creemos que no. Creemos que todo lo que se ha intentado es convertir en anarquistas a esas sociedades, de golpe y porrazo, o se ha trabajado por disolverlas, extremos igualmente viciosos, porque ni aquello es posible ni esto tiene otras ventajas que las que el capitalismo ofrece al obrero en el desamparo del aislamiento.

No pretendemos, con esta táctica que preconizamos, convertir a nuestro ideal al proletariado en su localidad, ni buscamos millones de adhesiones. Lo que juzgamos indispensable es vivir el ambiente obrero, propagar en medio de los obreros educar y educarnos para la libertad entre la multitud de aquellos nuestros hermanos que luchan como pueden y saben. Y en este sentido, cualquiera que sea la disconformidad del anarquismo con las aspiraciones de las sociedades corporativas, nuestro campo de acción está en estas sociedades, en sus luchas, en sus huelgas, en sus revueltas cada vez más enérgicas contra el capitalismo imperante.

Lo está tanto más cuanto que estas organizaciones son el embrión del porvenir. No tiene valor alguno el argumento de que teniendo por objeto dichas sociedades la defensa del salario, de nada servirán una vez destruido el salariado. Y no lo tiene, porque casi ninguna de esas sociedades vive por la defensa del salario, sino por el espíritu de insubordinación al capitalismo, por el espíritu, consciente o no, de emancipación y de mejoramiento. Todavía no se ha visto un gremio que se conforme con las mejoras obtenidas, por grandes que fueren. Se quiere siempre más, y lo que la burguesía llama exigencias no tiene límite en las agrupaciones de oficio.

Además, cualquiera que sea el objeto inmediato de dichas asociaciones, es indudable que subsisten, más que por sus propósitos, por los lazos de cooperación y compañerismo profesional, por espíritu de clase, pudiéramos decir. Hay la tendencia a combinarse por afinidad de oficio; como la hay a combinarse por comunidad de ideas o de necesidades. En este concepto, son todo el porvenir. El mundo que preconizamos no será probablemente más que esto: una gran asociación o grandes asociaciones de sociedades libremente federadas.

Aun cuando se pretenda que el individuo será una especie de enciclopedia, cosa cada día más imposible dados los crecientes dominios de las artes, de las industrias y de las ciencias; aun cuando se pretenda que cada ciudadano o campesino podrá cambiar de profesión como de camisa, lo que estará por mucho tiempo fuera de toda realidad para la gran mayoría de los hombres, es lo cierto que las necesidades de la vida común constreñirán a cada uno y a todos a la formación de asociaciones de producción, de cambio o distribución y de consumo. Serán todo lo variables, todo lo inestables que se quiera estas agrupaciones del porvenir a causa de la menor especialización de las funciones; pero serán indispensables para la vida de la solidaridad.

Y ellas no significarán más que un mejoramiento del pasado societario en expectativa de un perfeccionamiento futuro, que en el enlace de la evolución humana cada eslabón supone al que le precede y anuncia al que le sigue.

Por todo lo dicho, entendemos que para los anarquistas hay una labor fecunda que realizar en el seno de las corporaciones gremiales, sin que ello excluya, se entiende, la propaganda constante y directa en todas las manifestaciones de la vida, ya sea individualmente, ya sea en grupo o colectividad.

Y si en esta labor hubiéramos de perder algunos de los nuestros, que se pierdan en buena hora, que nuestras aspiraciones no pueden reducirse a una especie de mercantilismo que tiene muy en cuenta las pérdidas y las ganancias.

(Almanaque de «LA QUESTIONE SOCIALE», para 1901, Buenos Aires.)





VOTA, PERO ESCUCHA


Tuve, en vísperas de las pasadas elecciones, la humorada de asomarme al paraíso de cierto teatro donde se celebraba un mitin electoral. Era para mí un espectáculo nuevo en el que tomaban parte antiguos amigos de amplias ideas con gentes nuevas de limitadísimas orientaciones.
Salí de allí con la cabeza caliente y los pies fríos. Tuve que soportar una regular jaqueca de providencialismo político y, naturalmente, sufrí las consecuencias.
Estoy maravillado. No pasan días por las gentes. No hay experiencia bastante fuerte para abrirles los ojos. No hay razón que los aparte de la rutina.
Como los creyentes que todo lo fían a la providencia, así los radicales, aunque se llamen socialistas, continúan poniendo sus esperanzas en loe concejales y diputados y ministros del respectivo partido. “Nuestros concejales harán esto y lo otro y lo de más allá.” “Nuestros diputados conquistarán tanto y cuanto y tanto más.” “Nuestros ministros decretarán, crearán, transformarán cuanto haya que decretar, crear y transformar.” Tal es la enseñanza de ayer, de hoy y de mañana. Y así el pueblo, a quien se apela a toda hora, sigue aprendiendo que no tiene otra cosa que hacer sino votar y esperar pacientemente a que todo se le dé hecho. Y va y vota y espera.
Tentado estuve de pedir la palabra y arremeter de frente contra la falaz rutina que así adormece a las gentes. Tentado estuve de gritar al obrero allí presente y en gran mayoría:
”Vota, sí, vota; pero escucha. Tu primer deber es salir de aquí y seguidamente actuar por cuenta propia. Ve y en cada barrio abre una escuela laica, funda un periódico, una biblioteca; organiza un centro de cultura, un sindicato, un círculo obrero, una cooperación, algo de lo mucho que te queda par hacer. Y verás, cuando esto hayas hecho, como los concejales, los diputados y los ministros, aunque no sean tus representantes, los representantes de tus ideas, siguen esta corriente de acción y, por seguirla, promulgan leyes que ni les pides ni necesitas; administran conforme a estas tendencias, aunque tu nada les exijas; gobiernan, en fin, según el ambiente por ti creado directamente, aunque a ti maldito lo que te importe lo que ellos hagan. Mientras que ahora, como te cruzas de brazos y duermes sobre los laureles del voto-providencia, concejales, diputados y ministros, por muy radicales y socialistas que sean, continuarán la rutina de los discursos vacíos, de las leyes necias y de la administración cominera. Y suspirarás por la instrucción popular, y continuarás tan burro como antes, clamarás por la libertad y tan amarrado como antes a la argolla del salario seguirás, demandarás equidad, justicia, solidaridad, y te darán fárragos y más fárragos de decretos, de leyes, reglamentos, pero ni una pizca de aquello a que tienes derecho y no gozas porque ni sabes ni quieres tomártelo por tu mano.
“¿Quieres cultura, libertad, igualdad, justicia? Pues ve y conquístalas, no quieras que otros vengan a dártelas. La fuerza que tú no tengas, siéndolo todo, no la tendrán unos cuantos, pequeña parte de ti mismo. Ese milagro de la política no se ha realizado nunca, no se realizará jamás. Tu emancipación será tu obra misma, o no te emanciparás en todos los siglos de los siglos.

“Y ahora ve y vota y remacha tu cadena.”

(“SOLIDARIDAD OBRERA”, núm. 4. Gijón 25 diciembre 1909.)





CUESTIONES DE TÁCTICA


La persistencia en las mismas ideas o en los mismos hechos lleva derechamente a la rutina. Automáticamente repetimos lo de todos los días por hábito adquirido. Nada ni nadie escapa a esta fatal derivación de las cosas.
La táctica societaria y la socialista Se hallan a la hora presente en un momento de crisis que anuncia la ruptura de los viejos moldes, porque la repetición constante de unos mismos modos de acción ha llegado a rendirlas ineficaces.

Las asociaciones obreras no han acertado a salir o de la parsimonia de la lucha bien calculada con la caja repleta o de la contienda fortuita, al azar, y sin más elementos que el entusiasmo y los arrestos indudables de los luchadores. Se habla de la acción directa y de la acción a base múltiple. Pero en rigor de verdad ni lo uno ni lo otro ha servido para sugerir nuevos y más eficaces medios de combate. Con distintos nombres, se repiten los mismos hechos. Porque en el fondo, el sindicalismo a base múltiple permanece, como siempre inactivo, pudiéramos decir a base nula, y el sindicalismo de la acción directa se reduce a la repetición candorosa de las prácticas ya viejas de la internacional y de las diversas federaciones de resistencia que en España han sido. Con haber cambiado un poco los nombres de los organismos y adjetivar general a toda huelga algo importante ha podido creer el proletariado que hacía algo mejor y de mayor acierto que lo pasado.

Todo ello revela que los trabajadores se dan cuenta de que es preciso renovar la táctica, porque ni los tiempos son los mismos ni el adversario está tan desprevenido que no pueda defenderse bien de prácticas sobrado conocidas por lo añejas. Se dan cuenta repetimos, pero no aciertan por el momento, a renovarla.

De modo análogo la táctica socialista insiste en las antiguas rutinas. De un lado, todo para el eleccionismo; de otro, todo para la violencia a outrance . Sin interrupción y sin enmienda, el socialismo político labora por la participación legislativa y gubernamental, y de ahí no sale. Sin enmienda y sin interrupción, el socialismo revolucionario opera sobre la hipótesis de una permanente revuelta, y de eso no se zafa. Pero del socialismo político han surgido los reformistas y también Se han disgregado elementos valiosos que propenden a una táctica de clase, por así decirlo, puramente obrerista. Y del socialismo revolucionario, más o menos anarquista, se han destacado distintas tendencias, desde la no resistencia hasta la brutalmente, cruelmente violenta. Ello revela también que se presiente la necesidad de un cambio de postura.

Como los dos movimientos, societario y socialista, Son simultáneos y son hermanos y ofrecen los mismos aspectos y las mismas circunstancias, pasan por los mismos fenómenos y tienen idénticas inclinaciones.

Por eso ahora la crisis de la acción afecta a las dos fuerzas, que, en rigor, son una misma.

Del cambio ineficaz de las palabras, habrá que pasar al de las cosas. La huelga a la vieja usanza no sirve o no basta ya. La intervención, política va siempre a la zaga de la acción social y es del todo infructuosa cuando no es nociva.

La no resistencia al mal se ha quedado en los límites de una mística inaplicable a las candentes luchas de nuestros días. Y la violencia, ciega y bárbara por la violencia misma, se ha extinguido en la vesania de un puñado de desequilibrados. Consignamos hechos que sólo el apasionamiento puede desconocer. Y no formulamos juicios, de momento, porque ellos serán la derivación necesaria de lo que vamos diciendo y de lo que digamos.

En suma: queda el proletariado insistiendo más que nunca en la asociación y queda actuando rutinariamente pero con ansias manifiestas de nuevas orientaciones; quedan el socialismo político y el socialismo revolucionario ganando prosélitos y difundiéndose más allá de las fronteras de clases, pero gastándose en el automatismo cansino de la táctica vieja y en trance de caer en la impotencia si no modifican y acomodan su acción a tiempos y situaciones nuevas.

Naturalmente, el punto de partida será el mismo siempre. La tradición revolucionaria del proletariado tiene su arraigo en principios de equidad y de justicia indestructibles y, por tanto, será a partir de lo esencial que se modificará lo que es accidental, lo que es transitorio en el amplio desenvolvimiento del fenómeno social obrero.

En el terreno de la lucha económica, de la lucha de clases, dibújase una tendencia francamente social. Quieran que no los partidistas, Se da mayor importancia, que a la teórica, a la experiencia. Un sano practicismo fundado en la previa selección de los idealismos difundidos por doquier, inspira al proletariado militante. Se quiere actuar directamente, pero no uniformemente. Acción directa difusa, tal como requiere la complicada vida actual: esa es la tendencia. La multiplicidad de los medios excluye cada vez más las previsiones reglamentarias. No lo decimos por reverterlo todo a nuestra tesis particular, sino por observación de los hechos. Nulas resultan las cortapisas y las trabas impuestas por los retardatarios del obrerismo; nulas las intemperancias de los impulsivos que se figuran que las cosas pueden marchar de cualquier modo. Se impone la confederación estrecha de las fuerzas, pero se impone fuera de rutinas y ataderos que pertenecen ya al tiempo pasado. La acción ha de ser múltiple y acomodada a las circunstancias y los medios en cada momento. Imposible la uniformidad en la conducta. Imposible la unificación en la marcha, en el compás, en el tono. De la concurrencia libre de todos los elementos, resultará, mucho más eficazmente que de cualquier plan previo, la unidad poderosa del proletariado. Y es precisamente de esta concurrencia libre que ha de resultar asimismo la orientación común y definitiva. Frente al enemigo apercibido y pertrechado en forma, la acción directa ha de extenderse a todos los órdenes de la vida. Habrá de salirse de los moldes huelguísticos chapados a la antigua. Habrá que acudir al sabotaje, al boicot, a todos los medios de resistencia y de acción, propiamente dicha. Habrá que romper el círculo de clase y solicitar y obtener el concurso del público a medio de la huelga de inquilinos, de la moralización de ciertos trabajos socialmente dañosos y de la exaltación de la vida general a los términos de solidaridad humana quebrantada y rota por los privilegios y los poderíos en auge. Será acaso necesario llegar hasta la proletocracia directa, esto es, hasta la dirección de la vida total por el proletariado. Todo ello socialmente, realmente, fuera de la ficción política. Y si aún se quisiera que tal lucha fuese política, sería a la manera que los internacionalistas y los viejos luchadores de la extinguida Federación Regional Española la actuaban bajo la denominación de política demoledora, convencidos como entonces, como ahora lo están muchos que no son sospechosos de anarquismo, de que «cultivando nuestro jardín», trabajando por ensanchar y multiplicar los organismos de resistencia, se hace obra, no sólo de mejoramiento positivo inmediato, «sino una faena esencial y profundamente política» ya que, «ocurra lo que ocurra en el campo de la política, cada sociedad que nace, cada federación que crece, hasta cada conciencia que despierta y se suma a este movimiento de redención, son nuevos sillares añadidos a la granítica muralla que cierra para siempre el paso a la reacción y también al quietismo».

En la iniciación de esta labor nueva, incomparablemente superior al personalismo político; al ñoño deporte de las elecciones y de los discursos parlamentarios y también al desatinado bullir en tonto de los inquietos, está el comienzo de la gran obra que ha de realizar el proletariado mundial. Y lo está tanto más cuanto que, en marcha hacia el futuro, irá así elaborando la ética nueva del mundo nuevo, fundada en sus propias aspiraciones de libertad y de igualdad para todos, de ennoblecimiento de la vida general, que ahora mismo le coloca por encima de estas enfáticas clases directoras que sólo son podredumbre y corrupción, ignorancia barnizada de sabiduría, bestialidad vestida de mundana etiqueta.

En el ancho campo de la acción revolucionaria, acción que es forzosamente directora y hermana mayor de aquella otra que acabamos de examinar, se han borrado linderos, se han roto programas, se han entremezclado tendencias e ideas, y los militantes de un lado y de otro buscan afanosos, linterna en mano, el camino verdadero, la forma de arribar prontamente al puerto de emancipación. Se engañará quien no vea vacilaciones por todas partes. Fracasado el parlamentarismo, fracasado el terror, mortecina la propaganda, agotado el sociologismo, ¿qué hacer? Todo el mundo se hace la misma pregunta. Todo el mundo trata de hallarse respuesta.

Nosotros no hallamos sino una análoga a la que hemos dado para las luchas de clase. Adviértese en las filas del socialismo, en general, parecida tendencia a la del obrerismo. Es una tendencia de expansión, y de generalización tanto más poderosa cuanto que los partidos no están atados por el espíritu y por los intereses de clase. Descuidados del Ideal, los militantes persiguen sañudamente nuevos o mejores métodos de propaganda o de acción. Volverán al ideal tan pronto cualquier eficaz orientación se imponga por la experiencia; y entonces varase concurrir espontáneamente a un fin común las dos acciones, la acción societaria y la revolucionaria.

Para nosotros el problema consiste en hallar los mejores medios de una verdadera acción social anarquista.

Y como no hay que engañarse ni permitir que ciertos equívocos perduren, habremos de empezar reconociendo que, en rigor, no hay dos acciones distintas y dos diferentes idealidades, sino una sola idealidad. De un lado los socialistas parlamentarios y sus asociaciones obreras, que son una misma y sola cosa. De otro los socialistas anarquistas y el sindicalismo revolucionario o de la acción directa, que son asimismo un solo cuerpo. Campos bien delimitados, toda confusión es imposible.

Y si en cada uno de esos campos hay dos organismos distintos porque los intereses engendran uno y la idealidad engendra otro, no engañemos ni nos engañemos, al menos mintiendo neutralidades falaces. Digamos francamente: allí el reformismo, la política activa de auxilio y socorro a la legislación y al Estado; aquí el revolucionarismo y la política demoledora , la acción social directa, la obra permanente del cultivo de nuestro propio jardín. Allí los socialistas; los anarquistas aquí.

Y la solución para el problema nuestro es preciosa: ensanchar el campo de acción del sindicalismo, actuando nosotros como idealistas lo que el proletariado como clase no puede actuar. Habrá que quebrar los cachivaches de antaño. Habrá que salirse de la rutina que argumenta al amparo de una supuesta superioridad, ahorrándose razonar. Habremos de ser menos rectilíneos, menos unilaterales e invadir con nuestra critica y nuestra propaganda todos los cotos cerrados del intelectualismo, del arte, de la ciencia. Habremos, sobre todo, de eliminar cualquier fanatismo, matar todo espíritu de secta, mostrándonos anarquistas a la altura de una serenidad de juicio y de una rectitud de sentimientos y de conducta que, de hecho, sojuzgue y haga enmudecer a nuestros adversarios. No imaginativos, no jacobinos trasplantados a nuestro campo, sino hombres de reflexión y de estudio que vayan directamente y firmemente a su camino, serán menester para esta labor de renovación. Ni obcecados ni timoratos por la acción, cualquiera que sea su forma; ni soñadores ni empedernidos pesimistas incapaces de vivir la verdadera vida.

Más directa, más fructífera que la diaria y pequeña labor de propaganda personal por la palabra y por la conducta, no lo es ni la del periódico ni la del libro. Los hechos, sobre todo los hechos, son los que el proletariado cotiza actualmente, impregnado del espíritu de la época. ¿Y qué mejor para nosotros que las llamadas lecciones de cosas?

Cooperemos a la acción revolucionaria del proletariado; saturémosla de nuestras ideas. Seamos perseverantes sembradores de verdades, y cuando la ocasión sea llegada, que los trabajadores y también nuestros adversarios vean que no se vuelve la cara, que con las palabras marcha al unísono nuestra conducta. Y en esta dirección cada uno hallará medios sobrados de aportar su grano de arena a la acción social anarquista.

¿Líneas generales? ¿Planes previos? Del todo inútil. Circunstancia de lugar y de tiempo, diferentes aspectos de la lucha requieren modos de actuar. En la inmensa variedad de caracteres de las luchas de nuestros días, cada momento es único. La persistencia en las mismas ideas o en los mismos hechos nos llevaría derechamente a la rutina.

Renovémonos de continuo, modificando todo lo que sea accidental y transitorio sin quebrantar lo esencial que es la idea anarquista.

(“ACCION LIBERTARIA”), núm. 12 y 13. Gijón. 3/10 marzo 1911.)





TÁCTICA LlBERTARIA


Teóricamente se han expuesto algunas ideas; prácticamente se han hecho unos cuantos ensayos sobre esta materia. En general, la táctica libertaria se ha reducido a la propaganda oral y escrita o, empujada por circunstancias excepcionales, se ha lanzado a vías de hecho. Esto último ha pasado ya a la historia y no es probable se repita en idéntica forma; la propaganda parece sufrir crisis de cansancio y agotamiento.

Unos cuantos intentos de intervencionismo directo en las luchas obreras, no han logrado reavivar la acción anarquista. No obstante, se insiste en orientarse de algún modo nuevo y mejor para hacer eficaz la propaganda.

Acaso la dificultad consiste en que siempre razonamos en vista del fin absoluto del ideal y no acertamos a dar sino soluciones definitivas con posible realidad a larga distancia. Las soluciones transitorias se nos escapan por temor al oportunismo y al reformismo. Y sin embargo, son necesarias. La meta no es lo mismo que el camino a recorrer. Puede ponerse la vista tan lejos como se quiera, pero no sin mirar, al propio tiempo, donde se sienta el pie si no se quiere estar siempre en riesgo de dar con el cuerpo en tierra. Así el anarquismo viene obligado, hasta por idealismo, a suministrar soluciones prácticas que sean como los indicadores del largo camino que es menester recorrer.
La exposición doctrinal no basta. Es preciso además impregnar la acción social del espíritu libertario. ¿Y cómo hacerlo?

En el hecho de la lucha de clases, que, aunque quisiéramos, no podríamos esquivar, el intervencionismo no es discutible. Es una realidad por encima de todos los distingos. Y puesto que existe, la solución al problema es sencilla: ensanchar el campo de lucha; excitar la dignidad personal, el ejercicio de la autonomía, y hacerse fuertes contra todos los particularismos que tienen embrutecida a la masa. El espíritu libertario penetrando, poco a poco, entre los trabajadores, los hará conscientes de su misión, los irá haciendo libres y solidarios. Es preciso darse cuenta de que de golpe y porrazo no vamos a encontrarnos, un día cualquiera, con hombres hechos a la medida del porvenir, aptos para realizar el contenido de los ideales nuevos. Y es preciso también rendirse a la evidencia de que sin el ejercicio continuo y creciente de las facultades individuales, sin el hábito de la autonomía, todo lo amplio posible, no se harán hombres libres o por lo menos en condiciones de serlo tan luego el hecho social cambie de faz de las cosas. La revolución externa y la revolución interna se presuponen y han de ser simultáneas para ser fructíferas.

Hay para los anarquistas, en el intervencionismo, el peligro de ser arrollados por la lucha de clases. Ahora mismo, el afán sindicalista tiene sorbido el seso a muchos de los nuestros, hasta el punto de que no sea el ideal la fuerza directriz, sino la rutina asociacionista y de clase. No es esto, sin embargo, suficiente para que abandonemos un campo tan bien dispuesto para recibir la semilla de los ideales nuevos. La cultura superficial Iibertaria de algunos y la impulsividad desorientada de otros, darán fatalmente aquellos frutos, pero también a la larga la obra de saturación del espíritu libertario se hará patente en el seno de las multitudes obreras organizadas y a la hora precisa el método anarquista contará por millares los que actúen aunque sólo cuente por docenas los adeptos.

Fuera de las agrupaciones de oficio, la táctica libertaria tiene asimismo ancha esfera de acción. No solamente poniendo ideas repetidas en mil periódicos, folletos y libros, sino también dando soluciones y hechos adecuados a cada materia y a cada circunstancia, lo que en la vida real vale el método anarquista. Favorecer e impulsar con hechos tanto como con la palabra las fuertes tendencias autonomistas de nuestros tiempos y fomentar a la vez todo modo de acción directa en lo político, en lo económico y en lo religioso, sería obra tan eficazmente libertarla que ninguna propaganda podría igualarla.

Para realizarla es necesario que los grupos anarquistas no se reduzcan a una finalidad negativa, como sucede casi siempre, sino que se decidan por soluciones positivas de intervención en todas las formas de la lucha social. Y para este cambio de frente es preciso asimismo que previamente, los grupos se ejerciten por el estudio, por la discusión, por la enseñanza recíproca, por una constante labor de cultura, en la traducción clara y precisa y en la práctica sincera del método libertario.

Porque no basta ni bastará nunca la demostración dialéctica, sino que es indispensable hacer ver cómo las cosas pueden hacerse experimentalmente según el método de la libertad personal, según el procedimiento de la cooperación voluntaria, del libre acuerdo entre los hombres. Tan distanciados estamos de la rutina ambiente, que hay que meter en las cabezas a fuerza de maza la posibilidad y las ventajas de la verdad anarquista.

Naturalmente, todo esto excluye el acostumbrado vocerío de los deslenguados sin pizca de cacumen y la baratería de los majaderos que resuelven las mayores dificultades milagrosamente. El jacobismo y la algazara motinesca no son tampoco ni medios de acción revolucionaria ni instrumentos de enseñanza y propaganda adecuados al método libertario. Quiérase o no, la acción anarquista ha de ser tan pedagógica, por así decirlo, como de combate. Los espíritus prácticos, que tanto abundan en el seno del proletariado, darán a la propaganda y a la experimentación anarquista, en el sentido que dejamos indicado, soluciones que no son de posible ni deseable adivinación para un solo individuo. Lo principal es ponerse sobre una ruta; una vez en ella, las facilidades de seguirla aumentarán rápidamente con la inventiva y las iniciativas de todos.

Por nuestra parte, creemos que un periodo de ensayos en el sentido dicho produciría más pronto o más tarde una orientación segura a las mil diversas actividades actualmente malgastadas en inútiles griteríos y en dañosas sutilezas. Y puesto que el mal es indiscutible y la propaganda decae visiblemente, necesario será que intentemos algo que reanime, que vigorice la acción netamente anarquista sin olvidar que no consiste tanto en hacer prosélitos como en conseguir que actúen anárquicamente el mayor número posible de individuos.

(“ACCION LIBERTARIA”, núm. 14. Gijón 17 marzo 1911.)





COMO SE LUCHA


En el afanoso tráfago de la vida moderna, la lucha social ha llegado a lo trágico y a lo épico. Concitados los ánimos por la clarividencia de antagonismos irreductibles, se vive en continuo choque, en permanente conflicto, sin que se vislumbre el término de la fatal contienda. Allá vamos todos, privilegiados y desposeídos, hacia lo desconocido, anhelando represalias o justicias, queriendo unos domeñar, subvertir otros, oprimir aquéllos, libertar éstos. Amparados de distintas banderas, laborando con diversas plataformas, la multitud adinerada y la multitud empobrecida combaten sin tregua marcando en el campo de la batalla un surco profundo que pone de un lado todo lo decrépito, todo lo anacrónico, y de otro lado lo nuevo y sano y pujante.

El proletariado, despierto a la conciencia de su derecho y de su fuerza tiene en la lucha los ímpetus de la juventud, el ardor del apostolado, la serenidad del saber. Su actividad se multiplica hasta el prodigio. Sus recursos, sus resortes, sus fuerzas superan toda previsión y todo cálculo. Diríase que obra el milagro de sacar de la nada, todo.

Y por si ello no fuera bastante, todavía un vivo espíritu de constante renovación le anima y le enaltece.

Lucha en lo económico, sin rendirse a las derrotas ni confiarse a los éxitos, por el mejoramiento o transformación continua de las condiciones del trabajo. Lucha en lo social por la liberación completa de los individuos y de los grupos. Y en lo religioso y en lo moral camina a la absoluta emancipación de la conciencia. Nada hay del mundo viejo a que su acción no llegue.

Su influencia en la vida común abarca desde las relaciones de la coexistencia social hasta las conquistas del arte y de la inteligencia. Es brazo y es cerebro, es pasión y es reflexión. La idea y el hecho son sus dos palancas y con ellas removerá el mundo.

El espanto del mundo viejo de ahí arranca. Ve que estas fuerzas diseminadas que se le antojan caóticas, que estas multitudes dispersas, solicitadas por mil distintas ideas y tendencias, le atajan por todas partes, con la huelga unas, con la rebeldía otras, con la instrucción éstas, con la propaganda aquéllas, y el pánico de tal asedio le hace apelar a todas las violencias para detener el torrente.

En vano es que lo procure. El torrente avanza. No hay compuertas que lo apresen. ¡Y ay de todos si la locura de dominarlo se interpone en su curso!

La fuerza real del proletariado es la diversidad de su acción; inútil discutir la eficacia de la huelga o de la propaganda, de la instrucción o de la rebeldía. La eficacia está en el conjunto y para lo futuro, no para lo presente.

De momento, todo ello es de escasa consistencia. No resolverá la huelga el problema social, ni aun siquiera mejorará real y positivamente las condiciones del trabajo; no ganará la propaganda de tal modo los corazones y los cerebros que imponga a todos el imperio de la razón y de la justicia, no llevará la instrucción tal luz a los entendimientos que la certidumbre se haga visible al punto de suprimir las barreras que separan a los hombres: no hará la rebeldía el milagro de cambiar de la noche a la mañana todas las cosas que son en todas los cosas que deben ser; pero éstos y otros instrumentos de lucha, conjuntamente, educan, preparan, impulsan y allá en el porvenir, próximo o remoto, darán el resultado que por tan diversos caminos se busca; la emancipación integral de los humanos.

Hacia ello vamos. Cada uno dentro de sus previsiones, de sus juicios, de sus medios. Cada uno con su fuerza y con su saber. Cualesquiera que sean nuestras divergencias, también hay para todos un denominador común: la conquista del pan, la conquista de la libertad, la conquista del saber y del sentir y del gozar.

Y así es como se lucha, proletarios. La inteligencia es fuerza; la fuerza es inteligencia. Esgrimiendo vuestras armas económicas, habéis aprendido que hay algo más allá del horario. Ejercitándoos en la cultura del entendimiento, habéis aprendido que el ideal es una fuerza poderosa, que hay también algo más allá del trabajo igualitario y libre, que no basta poder trabajar cómodamente y comer lo preciso, porque las necesidades del hombre no son únicamente la naturaleza fisiológica, sino también de orden moral e intelectual.

Hacéis, pues, bien los que contendéis por la remoción continua de la vida práctica y también hacéis bien los que lucháis por el continuo cambio de la vida moral e intelectual.

Así es como se lucha, no dejando una vereda ni un mato al adversario, cercándole por todas partes. Si sois guerrillas, ya seréis ejército. Vuestro será el triunfo.

(“ACCION LIBERTARIA”, núm. 18. Gijón, 14 abril 1911.)





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